La manida frase que da título a este catite es de aplicación directa al último libro que he leído. No ha sido de mi agrado, ni mucho menos, La lluvia amarilla (Llamazares, Julio. Seix Barral. Barcelona. 1988).
No es normal dedicar dos meses a leer un libro de 159 páginas. Cuando eso ocurre es porque no ha habido conexión entre el escritor (su obra, su historia...) y el lector. Me he propuesto en numerosas ocasiones dejar de leer un libro si no me engancha, pero una vez más he sido incapaz. Lo empecé... y hasta que lo he acabado. Me ha costado, y mucho.
Quizá no era el momento para afrontar una historia de tanta reflexión, pero cuando alguien me lo recomendó (y ha acertado prácticamente siempre), pensé que había que darle una oportunidad. Lo he hecho.
La lluvia amarilla relata la historia de Andrés, el último habitante de Ainielle, una aldea perdida en la España profunda del pirineo aragonés. La reflexión y la descripción son constantes a lo largo de toda la obra, tanto que han llegado a desesperarme.
Andrés se ha quedado sólo, con la única compañía de su perra. Todos los demás habitantes de Ainielle han muerto o se han marchado. Él tiene a gala ser el último defensor de la memoria del pueblo, aunque no sabemos muy bien si la ha protegido o la ha perdido: tanto la de Ainielle como la suya propia.
Si decidís echarle un vistazo, os recomiendo adquirirlo en el comercio local, en la librería de vuestro barrio.
No obstante, aquí tenéis otra opción: