Fue en el año 2012 cuando visité Holanda para correr el maratón de Ámsterdam. Pero en este tipo de viajes en familia, no sólo hay tiempo para el deporte, sino que el turismo es lógicamente obligado. Dentro de las cosas que disfrutamos durante aquellos días me dejó impresionado la casa en la que la familia Frank (judíos) se había escondido durante dos años de la persecución nazi.
Aquel escondite de mitad de la década de los 40 es hoy un museo, pero no un museo al uso en el que se muestran cosas, sino que esas cosas, el mensaje que transmiten, nos lleva a una de las mayores catástrofes que han ocurrido en la historia de la humanidad, como siempre protagonizada con la que es sin lugar a dudas la especie más dañina que ha habitado este planeta.
El empresario alemán judío Otto Frank se vio obligado a abandonar su país cuando Hitler alcanzó el poder y puso en marcha la persecución de los judíos. Se afincó en Ámsterdam, pero con la invasión alemana tuvo que volver a huir, aunque en esta ocasión lo hizo en una casa oculta en las instalaciones de sus empresas. Allí estuvo con su mujer, sus dos hijas y algunos amigos (ocho personas en total) durante dos años hasta que fueron descubiertos por una denuncia anónima, y finalmente todos murieron en los campos de concentración, a excepción del propio Otto.
Ana, la hija menor de los Frank, es una niña de 13 años tremendamente culta, que entre sus distracciones está escribir un diario en el que va describiendo cómo es la vida en su confinamiento en el llamaban "Anexo Secreto". Este Diario de Ana Frank (Ana Frank. Ediciones Guernika-Publimexi. México DF. 2011) debería ser de lectura obligada porque, tirando de un tópico que suelo usar mucho, "Quien olvida su pasado está condenado a repetirlo"; o como dijo Otto Frank como una de las razones que le llevó a publicar el diario de su hija cuando conoció de su existencia tras regresar al refugio una vez acabada la ocupación nazi: "Para construir un futuro, es preciso conocer el pasado".
La historia es contada en un principio con cierto entusiasmo por Ana ya que afronta una auténtica aventura para una niña de trece años: la preparación, el secretismo, el traslado, vivir sigilosamente... La situación es rechazada por todos, pero no hay más remedio que aceptarla como mal menor pues la otra opción es la muerte. Por ello, concentran sus esfuerzos en el día a día, en estar ocupados para olvidar -aunque sea imposible- lo que les ha llevado allí.
La convivencia es siempre complicada, pero con el paso de los meses se va haciendo más difícil, también a causa de las carencias que van teniendo de todo tipo y especialmente de alimentos. Ana lo cuenta todo con detalle, desde la disputa por una mesa en la que trabajar, a la ansiedad por no poder salir a la calle, pasando por las disputas con su madre, o las tensiones que sufren cada vez que hay ladrones en la empresa tras la que se esconden.
El diario es el mejor amigo de Ana, el lugar donde libera sus pensamientos, sus emociones, sus miedos, sus proyectos... ante la imposibilidad de hacerlo con alguno de sus compañeros de viaje.
A lo largo de estos dos años Ana madura de una manera impresionante a causa de la situación. La Ana niña acaba siendo la Ana que se ha hecho mujer, que se ha enamorado, a la que le han dado el primer beso, la que ya comprende a los mayores... Ana, por la exigencia de la situación, se hace mayor aceleradamente, y relativiza cosas nimias de las que antes hacía un mundo, y a las que ahora da la importancia que realmente tienen.
Ana sorprende con sus pensamientos, y nos ofrece una visión tan simple de lo que debería ser el mundo, que no se entiende que compliquemos las cosas hasta tal extremo de llegar a exterminarnos los unos a los otros.
El Diario de Ana Frank es un ensayo sobre la condición humana, pero ante todo un tirón de orejas a los mayores que gobernamos el mundo porque lo hacemos tremendamente mal.